El estallido de furia nacional se expresa en ahora más de 140 ciudades, miles desafian amenazas de represión militar, toques de queda, y fuerzas policiacas, y aunque las imágenes más dramáticas son las de saqueos y confrontaciones con autoridades, la mayoría de las protestas contra la violencia oficial racista son pacíficas repletas de encuentros solidarios en un país azotado por una pandemia y la peor crisis económica en casi un siglo.
La respuesta de Donald Trump sólo ha nutrido la furia por su amenaza, el lunes, de desplegar las fuerzas militares contra sus ciudadanos para aplastar las expresiones disidentes masivas en el país, algo que provocó no sólo denuncias de sus opositores políticos sino incluso de líderes religiosos y hasta comandantes militares retirados.
El ex jefe del estado mayor, general Martin Dempsey, envió un tuit afirmando que “America no es un campo de batalla. Nuestros conciudadanos no son el enemigo”. El general retirado Tony Thomas, ex jefe del Comando de Operaciones Especiales, también criticó la orden de Trump, cuestionando su retórica sobre represión afirmando “no es lo que America necesita escuchar… nunca, al menos de que seamos invadidos por un adversario o suframos un fracaso constitucional, o sea, una guerra civil”.
Después de ordenar la represión de cientos de manifestantes pacíficos a una cuadra de la Casa Blanca por fuerzas federales y hasta un helicóptero Blackhawk y despejar esa zona para que el presidente caminara y posara con una Biblia en frente de una iglesia contra los deseos de los encargados de ese templo, Trump decidió hoy presentarse en la Capilla Nacional de San Juan Pablo II. El arzobispo católico de Washington, Wilton Gregory, deploró la visita “que viola nuestros principios religiosos” y en referencia al acto del lunes, recordó que el papa Juan Pablo II “no hubiera condonado el uso de gas lacrimógeno y otros disuasivos para silenciar, dispersar o intimidar” a manifestantes “para lograr un photo op para el presidente”.